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05/10/2021

El nuevo gobierno talibán: relaciones internacionales (parte 2ª) (4 de sept. de 2021)

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Colaboración  especial de Fernando Fuster van Bendegem; Director de Seguridad Privada y Coronel del Ejército de Tierra (R)

 

Muy posiblemente una de las lecciones que sí han aprendido los talibán, respecto de su anterior etapa, es que no se puede vivir de espaldas a la comunidad internacional, por muy recóndito que se crea que es un país. Por ello y en el ámbito de las relaciones internacionales podríamos establecer claramente dos diferentes posiciones de partida: la de los vencedores, entre los que habría que señalar a Pakistán, China y posiblemente a Irán; y la de los perdedores, en la que podríamos incluir a EEUU (y a la OTAN) e India. Rusia quedaría a medio camino entre ambas. Me explicaré.

Rusia busca la seguridad de sus fronteras, en este caso para sus aliados de Asia Central –Uzbequistán, Tayikistán y Turkmenistán–, frente al terrorismo yihadista, por lo que la relación con el Afganistán de los talibán se trataría de un ejercicio de realpolitik. Por eso Moscú ha estado manteniendo contacto con los talibán desde 2018, cuando comenzó a conceder credibilidad al resultado de los contactos con los estadounidenses en Catar. Pero por las declaraciones de Putin se percibe que para el Kremlin se trata de una sensación agridulce. Por un lado la salida de las tropas de EEUU y sus aliados de las proximidades de su zona de influencia es siempre motivo de celebración. Pero por otra parte en Rusia todavía escuece la herida de la derrota soviética, que no es tan lejana. Por eso no es de extrañar que el presidente Putin señalara que los talibán eran una realidad con la que había que trabajar y que, como consecuencia, se haya decidido mantener su misión diplomática en Kabul, lo que no significa todavía que hayan reconocido internacionalmente al nuevo gobierno. Hay que recordar que durante el gobierno talibán, de 1996 a 2001,  Rusia se posicionó del lado del Estado Islámico de Afganistán no reconociendo al Emirato Islámico de Afganistán (el de los talibán), circunstancia que, a buen seguro, éstos recordarán, al igual que tendrán muy presente que el movimiento talibán sigue estando en la lista de grupos terroristas de Rusia.

Pakistán es el gran vencedor en esta ocasión. Desde los vínculos con los muyahidín frente a los soviéticos Islamabad no ha dejado de jugar nunca la carta de las buenas relaciones con Kabul. El trasfondo estratégico hay que buscarlo en la larga disputa con India por la región de Cachemira, de mayoría musulmana, que Islamabad reclama para sí. Este conflicto ha provocado cuatro guerras entre India y Pakistán desde 1947, siendo ambos países en la actualidad potencias nucleares. En esta larga disputa, Afganistán juega el papel de santuario para el terrorismo alentado en uno u otro sentido, por lo que Islamabad y Nueva Delhi han buscado siempre la complicidad de los dirigentes afganos. Respecto a los talibán, Pakistán fue uno de los tres países que reconocieron oficialmente al gobierno de talibán entre 1996 y 2001, algo por otra parte lógico habiendo apoyado a muchos de ellos a través del su servicio secreto (ISI) –también con el apoyo de la CIA– cuando fueron los combatientes muyahidín contra los soviéticos. Desde 2001 Islamabad ha tenido que hacer encaje de bolillos para apoyar a EEUU en Afganistán sin enfrentarse francamente con los talibán. Con una mano tenían que apoyar al gobierno de Kabul mientras con la otra mantenían su apoyo a los grupos terroristas de interés en el conflicto con India. Así han estado veinte años, sin irritar lo suficiente a EEUU pero manteniendo un cordón umbilical con los talibán. Ahora que han vuelto al poder no sería de extrañar que uno de los primeros países en reconocer al nuevo Emirato Islámico de Afganistán sea, precisamente, Pakistán.

China se enfrenta a una oportunidad y a un riesgo. La estrategia de Pekín pasa por ocupar los vacíos que le va ofreciendo su rival, los EEUU, sin olvidar su gran proyecto de la Nueva Ruta de la Seda. Es en este proyecto en el que cobra sentido su gran oportunidad: la explotación de los recursos minerales afganos –bauxita, cobre, hierro, litio y tierras raras–. Pero para ello deben aproximarse a los talibán con un exquisito pragmatismo, que deberá ser mutuo. De momento han mantenido su legación diplomática abierta en Kabul como signo de un posible entendimiento y buena sintonía, que los talibán podrían necesitar. No hay que olvidar que China tiene asiento permanente con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de NNUU. La cruz de la moneda la pone el riesgo de que desde Afganistán se contribuya al terrorismo yihadista uigur del MITO (Movimiento Islámico del Turkestán Orientral) en la región de Sinkiang –a pesar de su escasa frontera de unos 70 km–, zona rica en gas, petróleo, diversos minerales y esencial para la Nueva Ruta de la Seda. Por ello no debe extrañar que China haya mantenido encuentros con los talibán previos a la caída de Kabul.

Irán, que durante la primera etapa talibán se colocó del lado del Estado Islámico de Afganistán no reconociendo al Emirato Islámico de Afganistán (de los talibán), en los últimos tiempos está colaborando con el movimiento talibán, con quien comparte intereses anti norteamericanos. Se cree que a través de las conocidas como Brigadas Al Quds, grupo incluido en varias listas de organizaciones terroristas, que podría haber  facilitado entrenamiento, armas y apoyo económico a los talibán. A cambio se presume que Teherán ha recibido garantías respecto a la comunidad hazara de Afganistán, musulmanes chiitas próximos a los iraníes que representan el 9% de los afganos y que habitan el centro del país. De hecho, esa zona fue conquistada por los talibán sin derramamiento de sangre. Otro aspecto importante para Irán podría ser el cuidadoso análisis del cuantioso equipamiento militar norteamericano que ha caído en manos de los talibán, seguramente a cambio de adiestramiento para el uso de alguno de esos equipos. Pero sin duda lo que más podría preocupar a Teherán sería un incontrolado flujo de refugiados. En 2020 Irán acogió a 780.000 refugiados afganos, siendo el segundo destino más numeroso después de Pakistán. En todo caso, parece que la relación podría ser de mutuo interés, siempre teniendo en cuenta que Afganistán es un país de mayoría musulmana sunita, mientras que Irán lo es de mayoría chiita, comunidades cuyos respectivos países de referencia, Arabia Saudí e Irán, están abiertamente enfrentados, por lo que en algún momento deberán decantarse por uno u otro lado. La sintonía también con Catar, actualmente alejada de los saudíes, podría ser un indicativo de por dónde van a discurrir éstas relaciones.

Los Estados Unidos entraron en Afganistán a la caza y captura de Osama Bin Laden, máximo responsable del 11S. Bin Laden se refugió en el país sabiendo que los pastunes, honrando su código de conducta, le ofrecerían asilo (Nanawatai) frente a sus enemigos. El mulá Omar, líder de los talibán entonces, así lo entendió al negarse a la extradición solicitada por los EEUU. Tras la toma de parte de Afganistán, EEUU solicitó ayuda a la OTAN para evitar que el país siguiese siendo santuario del terrorismo, razón por la que la organización entró y permaneció allí hasta agosto de 2021. En diciembre de 2009 los EEUU tenían sobre el terreno una fuerza de 68.000 efectivos, anunciando el presidente Obama otros 30.000 mas siguiendo el asesoramiento de su nuevo y flamante comandante en jefe de la misión, el general Stanley McChristal. Pero los desencuentros entre McChristal y la administración Obama –en particular a cuenta de un artículo publicado en la revista Rolling Stone– provocaron su relevo en mayo de 2010 por el general David Petraeus, aunque no un cambio de estrategia, que Obama confirmó. En noviembre de 2010 se celebró la cumbre de la OTAN en Lisboa, en la que se acordó un traspaso de competencias al nuevo ejército nacional afgano (ANA por sus siglas en inglés), comenzando en julio de 2011 y terminando a finales de 2014. Estas fueron las primeras muestras formales de agotamiento de la misión que, paradójicamente, coincidían con un incremento de fuerzas norteamericano.

El 1 de mayo de 2011 Osama Bin Laden era abatido en Abbottabad, una ciudad pakistaní situada a 120 Km al norte de Islamabad. Muerto Bin Laden la misión parecía perder gran parte de su sentido para los norteamericanos que en junio de 2011 anunciaron, en boca del presidente Obama, el comienzo de la reducción de 33.000 de sus efectivos hasta el verano de 2012. Paralelamente comenzaron los contactos preliminares con los talibán –durante la presidencia de Obama– y empezaron a relajarse los requisitos para sacar a determinados terroristas y grupos de las listas oficiales, estableciendo además una clara separación entre los de Al Qaeda y los talibán. Sin embargo, los talibán cancelaron las conversaciones en marzo de 2012, tras una serie de incidentes significativos. En 2013 las fuerzas de seguridad afganas asumieron la responsabilidad en todo el país. Desde ese momento las fuerzas internacionales se centraron en el adiestramiento del ANA y en determinadas operaciones contrainsurgentes de mayor envergadura. Ese mismo día se anunció el restablecimiento de las conversaciones entre EEUU y los talibán en Doha, lo que provocó el enfriamiento de las relaciones entre EEUU y el presidente Karzai. En mayo de 2014 el presidente Obama anunció una nueva reducción de tropas hasta dejar 9.800 a finales de 2014, cuya misión se limitaría al ya mencionado adiestramiento del ANA y a combatir los restos de Al Qaeda en el país. El relevo del presidente Karzai por Ghani facilitó el reencuentro con la administración Obama. Cuando Trump accedió al despacho oval, en enero de 2017, el Daesh ya se había afianzado en el país tras su aparición en 2015. Trump declaró que su “instinto original fue el de salir” en relación al conflicto, sin embargo, en agosto de 2017 anunció que iba a “apretar” para evitar que el vacío facilitase la acción a los terroristas. En enero de 2018 los talibán lanzaron una sangrienta ola de atentados en Kabul que vino a coincidir con el incremento de tropas de EEUU. Los acontecimientos que tenían lugar sobre el terreno y la falta de una estrategia viable a corto o medio plazo acabaron de convencer al presidente Trump de que había que abandonar Afganistán. Así se impulsaron las conversaciones en Doha, incorporando al mulá Abdhul Ghani Baradar y al enviado especial de los EEUU Zalmay Khalilzad a finales de 2018.

El 29 de febrero de 2020 se firmaba el acuerdo de Doha, oficialmente titulado con el larguísimo nombre de: “Agreement for Bringing Peace to Afghanistan between the Islamic Emirate of Afghanistan which is not recognized by the United States as a state and is known as the Taliban and the United States of America”. Los EEUU alcanzaron su objetivo inicial de acabar con Osama Bin Laden trasladando el mensaje de quien ataca suelo norteamericano será perseguido hasta los confines del mundo, pero fracasaron al establecer un modelo de país sostenible que requirió la presencia permanente de numerosas fuerzas sobre el terreno. En esta contienda, los norteamericanos implicaron a sus aliados de la OTAN haciendo extensivo a los mismos tanto sus éxitos como sus fracasos, aunque éste extremo no es motivo del análisis en esta ocasión. Sólo decir que la salida de las fuerzas internacionales ha dejado más una sensación de huída que la de un plan largamente elaborado y bien ejecutado, circunstancia que habrá que analizar con sosiego pero que, de momento, se ha traducido en un importante desprestigio, tanto para los norteamericanos como para la propia OTAN.

India recela de las estrechas relaciones entre Afganistán y Pakistán que, con los talibán en el poder, da con razón por sentadas. Por ello el 31 de agosto comenzó sus contactos diplomáticos con los nuevos líderes talibán, tras los primeros encuentros informales del pasado mes de junio. Ahora tiene más razones que nunca para temer atentados preparados desde suelo afgano en la región de Cachemira, de mayoría musulmana. Tampoco le seduce la idea de un Afganistán aliado, no sólo de Pakistán, sino también probablemente de China, con quien estuvo en guerra en 1962. Tras haber invertido una importante cantidad de dinero en la reconstrucción de Afganistán, estimado en 3.000 millones de dólares, y haber establecido estrechas relaciones con los gobiernos afganos post-talibán, India ve que su esfuerzo puede haber sido baldío y que, seguramente, sea difícil reconducir la situación con el nuevo gobierno talibán.

Las relaciones exteriores del nuevo gobierno afgano son, seguramente, una de las últimas bazas occidentales para salvaguardar sus intereses en el país. Ahora es el tiempo de la diplomacia más refinada, evitando dar pasos en falso y priorizando bien los intereses reales en el país, sin desgastarse con proyectos irrealizables para una sociedad que tiene sus propia realidad histórica y sus tradiciones.

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