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19/05/2020

Hechos y Relatos

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Colaboración de José María Fuster Van Bendegem para Sistemas Políticos

Para comprender mejor el mundo en que vivimos, es absolutamente fundamental tener en cuenta una frase pronunciada en el S XIX por Friedrich Nietzsche:

“No hay hechos , sólo interpretaciones”.

Una cultura basada en la ciencia, rechaza de manera inmediata (e irreflexiva) esta afirmación declarándola como absurda. La prueba está, argumentan los científicos,  en un constante avance de la ciencia que siempre se basa en el estudio de los fenómenos, la construcción de teorías con capacidad predictiva y el someter estas teorías al tribunal permanente de los hechos. Gracias a este avance se ha cimentado el progreso de la humanidad en los últimos siglos.

Un solo hecho, como las mediciones de un eclipse solar que realizaron Eddington y Dyson en 1919, fue suficiente para que una venerable teoría, como era la gravitación newtoniana, quedara falsada y superada por la teoría general de la relatividad de Albert Einstein.

Los hechos son in-enmendables y por tanto tienen un carácter absoluto. El tribunal de los hechos es el que garantiza la validez y universalidad de la verdad científica.

Pero el abuso de la ciencia que es el cientifismo, trató de dotar a la ciencia de un carácter absoluto que ya Immanuel Kant demostró que no tiene, al negar el carácter de ciencia a toda metafísica en base a sus celebres antinomias de la razón pura. En efecto, la ciencia se debe conformar con conocer  los fenómenos, quedando las cosas en sí (el noúmeno) fuera de su alcance. Así,  al convertir la ciencia, que siempre iba a ser un saber provisional sometido al tribunal de los hechos, en un saber  dotado de certeza absoluta, la frase de Nietzsche cobró alas. En efecto, la ciencia como certeza absoluta, se convierte en una interpretación, a la cual podemos enfrentar otras interpretaciones.

El desarrollo de estructuras de poder político basadas en la verdad científica llegó a su cénit en el mayo de 1968 francés, donde podemos afirmar, sin temor a equivocarnos que se originó el movimiento posmoderno.

Si algo caracteriza al movimiento posmoderno son dos cosas:

a) Su vocación de deconstrucción de la tradición, de toda tradición, incluida la producida en la edad moderna; esta deconstrucción se explica mejor si advertimos que el que acuñó este concepto, Jacques Derrida, se inspiró en el concepto heideggeriano de “Destruktion”, que significa destrucción. Solo la destrucción posibilita una nueva construcción, negando a nuestros antepasados su capacidad de influencia a través de la acumulación de hechos en la historia.

b)La política se constituye como el espacio fundamental para liberarnos de la historia permitiéndonos la construcción de nuevos relatos que inspiren la acción social. Así, la categoría política de “amigo-enemigo”, planteada por Carl Schmitt como la categoría fundamental, derivó en un conflicto de relatos. El conflicto de relatos es lo que marca la acción social, donde todo relato se afirma sobre una dialéctica amigo-enemigo.

Así, tenemos que la lucha entre interpretaciones se ha convertido en la base fundamental de nuestro sistema político. En la batalla de los relatos, los hechos carecen de importancia. Si un hecho se opone a un relato, tanto peor para el hecho…..basta con calificar el hecho como una construcción del enemigo político.

Por supuesto, la consecuencia inmediata de pasar por alto los hechos es el cuestionamiento del concepto de verdad. La verdad es aquello que concuerda con mi relato. La pos-verdad es una lucha de verdades entre relatos que no se han hecho hegemónicos. La acción política se convierte en la búsqueda de la hegemonía del relato. El fin último de la acción política es convertir a la sociedad en una única comunidad dominada por un relato hegemónico. La discrepancia del relato lleva inevitablemente a la exclusión de los discrepantes por imposibilitar la construcción de la comunidad política soñada.

Si en toda guerra, los enemigos acaban por parecerse, sucede lo mismo en el conflicto político actual, donde el tradicional adversario político es ya, crudamente, un enemigo al imponerse la concepción Schmittiana de las categorías políticas. Hoy el panorama político occidental (no sólo el español), nos muestra esta batalla por los relatos donde los enemigos se confunden, y las personas de buena voluntad sienten una terrible desazón.

¿Qué podemos hacer los ciudadanos, que vivimos en medio de esta continua batalla por el poder, sometidos a la terrible propaganda de los relatos beligerantes?

Mi propuesta es volver a reivindicar los hechos y el pensamiento basado en hechos, depurando los mismos de las interpretaciones que interesadamente nos ofrecen los relatos. Sólo hablando de hechos, podemos ponernos de acuerdo personas que vemos el mundo de manera distinta. Pero, desde luego, y para evitar caer en problemas del pasado, creo que debemos aceptar que los hechos desnudos no conllevan verdades absolutas, sino propuestas de teorías que pueden ser mejores o peores, pero que por no ser absolutas, nunca se deben imponer.

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