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03/12/2021

Los Sistemas Democráticos y el Reto de la Complejidad Social

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Fin del Optimismo Democrático

Después de una  prolongada luna de miel iniciada en la década de 1990, cuando los sistemas democráticos occidentales aprovecharon la aparatosa caída del bloque comunista soviético  para reivindicarse como el mejor sistema político  para las sociedades modernas, la democracia enfrenta una de las mayores crisis de su historia.

El desmoronamiento del bloque comunista generó una opinión excesivamente optimista sobre  la capacidad de los sistemas democráticos para ofrecer mejoras en los ámbitos económico, social y político. Se impuso casi como dogma  que contar con un sistema político de corte democrático era requisito necesario para  la existencia de una sociedad rica, bien organizada y políticamente avanzada.

Idea que se vio reforzada por dos fenómenos; primero, el desarrollo y progreso que mostraban las democracias  occidentales más consolidadas (Alemania, EE. UU., Inglaterra, Francia, etc.) y, segundo, los procesos de democratización  que experimentaron países de América Latina, África, Asia y Europa del Este.

 

Imagen de la Caída del Muero de Berlín en 1989 (De Lear 21 de Wikipedia en inglés, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3692038)

Un éxtasis democrático que se frenó en seco por la crisis  del 2008.  Que tuvo una serie de consecuencias políticas, dentro de las que se destaca el haber hecho públicas dos verdades incomodas:

  • Primero, que no existía una correlación directa entre gobierno democrático y éxito económico.  Pues la gran ganadora de esta crisis, la nación cuyo papel económico en este nuevo orden internacional resultó reforzado, fue China; país que tiene un sistema de gobierno autoritario y hace un desprecio manifiesto de los principios y procedimientos democráticos.
  • Segundo, una serie de movimientos sociales de protesta mostraron una cara menos idílica de las democracias avanzadas.  Un sistema lleno de muchas contradicciones, en el que existían importante desigualdades entre sus integrantes, en donde no se cumplían esas promesas de bienestar y se acumulaba un flujo constante de expectativas insatisfechas a las que no se estaban dando respuesta.
Imagen de las protestas en Islandia durante 2008 (De Haukurth - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5212964)

A partir de allí comenzó una deriva en la que los sistemas democráticos fueron perdiendo el terreno que habían ganado en las dos décadas anteriores: colapsaron gobiernos de transición surgidos al  amparo de ese optimismo democratizador, mientras en los sistemas democráticos avanzados resurgían dinámicas que se creían erradicadas  como el populismo o el radicalismo ideológico.

Dinámicas que entraron en una nueva fase debido a la pandemia de COVID-19 y la necesidad de enfrentar su propagación; convertida en la excusa para llevar a cabo un recorte sistemático de libertades individuales, la limitación de ciertos organizamos de control que ejercían de contrapeso al poder de las instituciones políticas y legitimar una serie de medidas de control o vigilancia ciudadana con dudoso encaje democrático.

Dando lugar a un escenario que varios analistas han identificado con el término «involución» o «retroceso democrático», que genera una serie de perspectivas pesimistas sobre el futuro de este sistema político. Hecho que, desde nuestro punto de vista, podemos explicar por la incapacidad que están demostrando las democracias actuales para comprender la complejidad social existente.

Democracia y Complejidad Social

La mejor manera de abordar esta reflexión, en nuestra opinión,  pasa por recuperar el pensamiento de dos de los teóricos políticos más importantes del siglo XX, que dedicaron importantes parte de su obra al estudio del sistema democrático:

  • Robert A. Dahl, quien elaboró uno de los estudios más completos  sobre la estructura interna de los sistemas democráticos liberales. Poniendo de manifiesto sus componentes, las principales discusiones en las que está involucrado y una panorámica general de su evolución  histórica. Dahl apuesta por la  capacidad de los principios y  los procedimientos democráticos para adatarse a diferentes contextos y condiciones sociales, a través de un proceso evolutivo que se desarrolla a través de varios saltos denominados «transformaciones democráticas», los cuales explican que un sistema diseñado para gobernar una pequeña Polis Griega en el siglo V a.C.  sirva para regir los destinos de los millones de ciudadanos que tiene una nación moderna.
  • David Held, quien considera la democracia como un proyecto de convivencia política que se construye entorno a un núcleo  de principios y valores, que deben concretarse en la realidad a través de una serie de instituciones y procedimientos teniendo en cuenta, entre otras cosas, las características específicas del contexto (cultural, histórico, intelectual, social y político) en el que se quiere desarrollar. El sistema democrático no es un concepto unívoco, sino que admite diferentes «Modelos de democracia» siempre que se respeten los principios de convivencia.

Pese a las diferencias que podemos encontrar en estos planteamientos, existe una coincidencia en la manera en que ambos teóricos explican la capacidad de los sistemas democráticos para ser operativo en distintos contextos, situaciones y momentos históricos:

Su capacidad para comprender la complejidad  social

 

Mientras para Dahl este proceso se explica a través del funcionamiento de un entramado formal-institucional, al que denomina Poliarquía,  que permite al sistema democrático seguir siendo eficaz en diferentes escenarios; Held plantea que el sistema democrático puede adaptarse a diferentes contextos, bajo la figura de un modelo de democracia, manteniendo su vigencia y sin renunciar a sus principios.

Siguiendo éster análisis se vuelve evidente que uno de los aspectos más importantes dentro de la crisis que experimentan los sistemas democráticos actuales reside en el hecho que:

 

 Han perdido sensibilidad hacia la complejidad social

Razón por la que no son capaces de identificar las problemáticas que existen en una sociedad ni, mucho menos, responder adecuadamente a ellas.

¿Hacia una nueva democracia del siglo XXI?

Ahora bien, la mejor manera de superar esta crisis desde nuestro punto de vista pasa por realizar una reconstrucción del proyecto democrático con el objetivo de  recuperar su capacidad para comprender la complejidad social.

Tarea que resulta especialmente retadora en el momento actual, cuando vivimos en una sociedad caracterizadas por una serie de factores que han contribuido al vertiginoso aumento de la complejidad existente:

  • Gran velocidad a la que se desarrollan los procesos sociales y políticos.
  • Acelerada y masiva circulación de información.
  • Emergencia de nuevas dinámicas sociales.
  •  Aparición de nuevos agentes sociales y políticos.
  • Aumento de la incertidumbre.

Complicado y fascinante escenario ideal para el surgimiento de un nuevo modelo de democracia compleja , sobre la que ya se encuentran reflexionando algunos de los teóricos más importantes del momento.

Algo de lo que hablaremos en nuestra próxima entrada.

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