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12/05/2023

Democracias en Tensión. Una reflexión sobre las protestas en Francia e Israel desde la Teoría de Sistemas.

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Las convulsiones  experimentadas durante las últimas semanas por los sistemas políticos francés e israelí no solo demuestran la complejidad interna con la que cuentan,  también ponen sobre la mesa una inquietante pregunta sobre la capacidad de los sistemas democráticos actuales para gestionar tal complejidad.

Interrogante que  obliga a una profunda reflexión sobre la naturaleza de la democracia, las características de su complejidad interna y la manera en la que se puede responder a los retos planteados por ésta. Indagación en la que ciertos planteamientos de la Teoría de Sistemas Sociales de Niklas Luhmann demuestran ser de gran ayuda.

Tensión en las instituciones, choques en las calles

Durante las últimas semanas hemos sido testigos de una serie de enfrentamientos y tensiones internas en dos de sistemas políticos ampliamente reconocidos, y considerados,  como democracias  consolidadas o relativamente estables: Francia e  Israel.

 

Quema de basura en la Place de l'Opéra en la noche del 20 de marzo. ( fuente Wikipedia)

Procesos de protesta social de alta intensidad que surgieron en contextos diferentes y provocados por causas distintas; pero que,  una vez se profundiza en el análisis, aparece de manera natural la pregunta sobre si son fenómenos  claramente diferenciados o si responden a un mismo espectro de causas, en atención a la existencia de puntos comunes.

Francia cuenta con uno de los sistemas políticos de referencia en el marco de la Unión Europea e históricamente es reconocida como una de las fuentes para el desarrollo de los sistemas democráticos modernos, tanto en los aspectos teóricos como en los prácticos (diseño de instituciones,  funcionamiento de los procedimientos e incorporación de valores en la dinámica de convivencia colectiva).

Del mismo modo, el sistema político francés también cuenta con un recorrido histórico donde destaca el protagonismo de  los movimientos sociales  y diversas manifestaciones de la protesta popular. Elemento que ha consolidado su imagen como un sistema político de profundas raíces democráticas, respetuoso del disenso y defensor de la libertad de expresión.

Imagen que se ha visto desdibujada  desde mediados de marzo cuando el gobierno  decidió sacar adelante uno de sus proyectos más polémicos, una reforma de la ley de las pensiones, invocando al artículo 49.3 de su Constitución. Mecanismo que permite al ejecutivo aprobar una ley sin que sea votada en el legislativo,  lo que de facto implica que se está gobernando por decreto.

Actuación que ha sido respondida por diferentes agentes de la sociedad francesa con una serie de movilizaciones y protestas, desde reclamos pacíficos hasta auténticas batallas campales repetidas periódicamente hasta la fecha.

Manifestantes en Toulouse (Occitania) el 28 de marzo de 2023.

Por su parte, Israel se presenta  como un oasis democrático en una región donde los sistemas políticos mayoritarios son monarquías hereditarias y regímenes autoritarios. Un sistema político conformado por instituciones modernas, inspiradas en principios democráticos, que sustentan un importante desarrollo económico y social, único en la zona.

En este caso nos encontramos con un sistema político relativamente joven, fundado en 1948,  que se ha desarrollado en un escenario especialmente hostil debido a los continuos enfrentamientos con los países vecinos; pero que ha logrado construir una dinámica democrática de tipo parlamentaria, funcional y perfectamente comparable con cualquiera de las democracias avanzadas  occidentales.

En el caso israelí el origen de las movilizaciones ha sido  la oposición popular a un proyecto de ley promovido por el gobierno de Benjamín ​ Netanyahu, en el que se plantea una serie de reducciones a  las funciones y potestades del Tribunal Supremo. Lo que en últimas implica una limitación de las posibilidades de control judicial respecto a las decisiones tomadas tanto por el Ejecutivo como por el Legislativo.

Gran parte de la opinión pública israelí ha entendido esta propuesta como un intento del Primer Ministro por salir airoso de una serie de investigaciones judiciales que se están llevando a cabo en su contra, algunas de ellas incluso por temas de corrupción,  evitando  responder por estas acusaciones ante la justicia.

Del mismo modo, se teme por parte de importantes sectores de la población que  la limitación del poder judicial  sea parte de una maniobra  más amplia del actual gobierno, el más escorado a la derecha de su historia, para recortar  de forma arbitraria libertades individuales. Las cuales habían sido protegidas hasta el momento por las decisiones del Tribunal Constitucional.

Situación que, al mismo tiempo, ha puesto en evidencia una serie de fracturas dentro de la sociedad israelí que hasta el momento habían permanecido ocultas y  para las que no se vislumbra una salida tranquila.

Protestas en Jerusalem (febrero 2023)

Complejidad Interna. Tensión entre las visiones de lo «Democrático»

En ambos casos podemos identificar, groso modo, un choque entre dos tipos de legitimidades que conviven, y es natural que convivan,  dentro de los sistemas democráticos modernos.

Se aprecia la contraposición entre un gobierno que reclama la legalidad de sus iniciativas y propuestas amparado en la legitimidad que le confiere el hecho de haber sido elegido democráticamente en una contienda electoral competitiva.

A lo que suman el hecho de que tales propuestas cuentan con validez procedimental, es decir han sido tomadas de acuerdo con la ley, sin contrariar ningún precepto constitucional  y adoptadas de acuerdo con los procedimientos institucionales establecidos.

En líneas generales tanto Macron como Neythanyahu han utilizado argumentos de este tipo para  justificar el carácter democrático de sus actuaciones y , a partir de ahí, derivar la legitimidad de las mismas.

Postura que choca directamente con la esgrimida por la oposición que se manifiesta en las calles y otros escenarios (medios de comunicación, parlamento, redes sociales, etc.). Quienes también definen su posición como democrática, pero no hacen depender este carácter de sus aspectos formales o de procedimiento; sino de una serie de contenidos, principios o valores que priman sobre cualquier elemento formal.

En el caso concreto que nos ocupa,  se entiende que  ciertos principios como el de la división de poderes, el control parlamentario de las decisiones del Poder Ejecutivo, la independencia judicial o la refrendación popular de las decisiones políticas  no son opcionales dentro de un sistema político democrático.

Del mismo modo, según esta posición,  existen valores que cualquier sistema democrático debe defender y concretar en su actuación: la libertad de  expresión, la igualdad social, la no limitación de derechos sin causa justa, etc., que siempre deben tomarse como base para legitimar democráticamente una actuación.

En resumen, el carácter democrático de una acción, desde esta posición, deriva del grado de concordancia  que tenga con esos conceptos, principios o valores. De manera que si choca con ello no pueden llegar a considerarse democráticas, aunque cuente con otros elementos que la identifiquen como tal.

Dos posturas que han estado presentes en el desarrollo práctico de los sistemas políticos democráticos desde sus inicios,  dando lugar a una división teórica entre: de un lado, modelos democráticos tendientes  hacia los enfoques procedimentales y, de otro lado,  modelos  en donde tiene más énfasis la sensibilidad conceptual.

División que resulta muy interesante  desde el punto de vista del análisis político,  pero que en la práctica  de la vida democrática no se da de una manera tan pura; lo habitual dentro de un sistema democrático concreto es que su funcionamiento  fluctúe ente ambos enfoques. En algunos aspectos prestará mayor atención a los elementos de carácter formal, mientras en otros se centrará en los de contenido.

Dinámica que no suele generar problemas hasta que se producen algún tipo de escenario en el que se produce la obligación de establecer una prelación de unos aspectos  sobre otros. siendo precisamente esta «obligación de elegir», lo que da  origen a esa complejidad interna  que experimentan los sistemas democráticos. Enlazando directamente con las ideas de contingencia a incertidumbre que plantea la sociología luhmanniana .

¿Cómo abordar la Complejidad?

Otra destacada similitud entra ambos casos está en la salida que han pretendido dar a sus respectivas crisis: centrando su atención en  las protestas y no abordando la complejidad que subyace al conflicto. 

Mientras el gobierno francés ha optado por seguir adelante con la reforma, argumentando la necesidad y legitimidad de la misma, a pesar de las diferentes medidas de oposición; el gobierno israelí ha optado por pausar la polémica reforma  tanto por la fuerza de las protestas en la calle como por la preocupante fractura social que  estaba vislumbrando.

Dos opciones que parecen ser diametralmente opuestas, pero que en el fondo plantean la misma estrategia; solucionar el problema inmediato y esperar que el devenir posterior de los acontecimientos genere un escenario más manejable...¿se logrará esto? ciertamente es difícil saberlo, pero lo más lógico sería esperar una respuesta negativa.

Ahora bien, ¿qué implica tomar en serie la complejidad interna del sistema e intentar dar respuesta a ello?, ¿podría ser esto una alternativa viable ?

En primer lugar, recuperando la teoría de sistemas políticos, la complejidad no es solo un concepto o una característica que se puede atribuir a un sistema concreto. Es un estado del sistema definido por la obligación de tomar decisiones, toda ellas de carácter contingente.

Debido al carácter contingente de estas decisiones (es decir, que el sistema pudo haber tomado otra decisión), el escenario que surge está marcado por la incertidumbre.  Así mismo, cada nueva elección obliga al sistema a tomar nuevas decisiones en un proceso que no admite pausa y, por tanto, otorgándole un gran dinamismo.

Una dinámica que  tarde o temprano podrá al sistema frente a dilemas y soluciones que pueden entrar en conflicto. Algo similar a lo que  podemos identificar en los casos  que aborda este texto.

En este punto conveniente recordar  lo que plantea Niklas Luhmann acerca del conflicto y su papel en la construcción del orden social.  Tema del que se ha hablado  anterioridad, y que resulta muy importante porque plantea un acercamiento a este tipo de situaciones desde la comunicación social y no desde el ejercicio del Poder.

Los conflictos señalados están indicando a los sistemas políticos implicados la existencia de un problema fundamental en la manera en que se perciben a sis mismos y  la forma en que funcionan. Existiendo preguntas fundamentales a las que no se ha dado respuesta adecuada:

¿Qué tipo de democracia somos?, ¿es la democracia que queremos ser?, ¿qué valores fundamentan nuestra convivencia?.

Reflexiones que desde el punto de vista del ejercicio del poder (planteado por el gobierno) y de sus contrapoderes  (planteado por las posturas de oposición) no resulta conveniente porque implica cuestionar críticamente las posiciones propias.

Una vía que está condenada al fracaso porque no es capaz de dar respuesta a los problemas que plantea la complejidad democrática, de hecho su estrategia pasa por evitar su tratamiento, lo que hará que el conflicto se vaya consolidan y escalando en virulencia.

Escenario que desde el punto de vista de la Teoría del Sistemas Sociales , puede provocar  el colapso del orden social en su conjunto.

Ahora bien, no existe fórmulas mágicas o procedimientos fijos para abordar la complejidad interna  que experimentan los sistemas políticos actuales, sobre todo los democráticos. Pero si hay un primer paso inevitable: tomar conciencia sobre la existencia de esa complejidad y desarrollar un trabajo serio para responder a las problemáticas que nos plantea.

Labor que no eliminará la tensión, que es una manifestación de la contingencia y de la incertidumbre, pero nos enseñará a convivir con ella.

A manera de reflexión final: sobre el futuro de las democracias

Todavía es pronto para valorar los resultados logrados por Francia e Israel en el tratamiento de sus respectivas crisis; un análisis que dependerá en gran medida de una serie de factores que aquí no ha sido posible abordar por temas de espacio. Lo que si podemos señalar desde un análisis de la complejidad, es que en ambos casos se ha optado por una salida  basada en la óptica del poder.

Más interesante para nuestra reflexión es comprobar la manera en que los sistemas  democráticos actuales  cuentan con una rica complejidad interna que puede dar origen a serias paradojas y conflictos muy marcados a s interior. Una realidad que llega a poner en cuestión  el significado mismo de los democrático y que puede deslucir las  ventajas de este sistema de organización política.

Históricamente,  los sistemas democráticos han demostrado una gran capacidad para identificar dicha complejidad y responder a los problemas que ella plantea. Una adecuada coordinación entre los procedimientos y principios conceptuales a los que hemos hecho referencia al comienzo de este texto, han facilitado ese logro.

Un equilibrio que hoy parece más difícil de conseguir por la consolidación de esta óptica de poder en el funcionamiento de nuestra convivencia política; pero que todavía es posible de conseguir si volvemos a poner el foco en la complejidad, pero solo si entendemos la verdadera naturaleza del poder: una comunicación más dentro de todas las que integran el sistema social, no la más importante o la central.

 

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